Una de las cosas que más detesto en el universo es sentirme juzgada.
Seguramente que la mayoría de nosotros aborrece esa sensación, especialmente cuando hablamos de ser juzgados por seres humanos de carne y hueso como nosotros, con virtudes y defectos como nosotros y sobretodo, perfectos e imperfectos a la vez, también como nosotros; pero lo único peor que ser juzgados por otros, es ser juzgados por nosotros mismos.
A parte de eso, lo que más me molesta no es tanto el hecho en sí de ser juzgada como el hecho de que el enjuiciador se crea -desacertadamente- que tiene la verdad en sus manos; y últimamente me pongo muy irritable cada vez que la gente se empeña en darme consejos sobre cómo debería llevar mi vida o sobre cosas que debería hacer o sobre eventos en los que debería participar para que mi vida sea mejor.
No me voy a poner como una malcriada a decir que mi vida es perfecta como es (aunque lo piense) o que mi vida no necesita ser mejor de lo que es. Aún asumiendo la mejor de las actitudes y entendiendo que siempre hay lugar para mejorar las cosas o la vida, no dejo de preguntarme ¿qué coño le importa a los demás? y más que eso ¿qué coño les hace pensar que hacer lo que me dicen va a mejorar mi vida?
Nos habíamos comprometido a servir de anfitriones en una reunión en el piso un par de días antes de que falleciera mi abuelo. Luego de la noticia la reunión siguió en pie, hicimos la velada y antes de que se cumpliese la semana, publiqué las fotos en el Caralibro: Pecado mortal.
Enseguida sonó el teléfono; La Sangre me llamó la atención por haber publicado las fotos. “¿Qué va a pensar la familia?. Parece que dimos un súper bonche…”
Tal vez mamá tenía razón, pero me fastidia inmensamente vivir constantemente preocupada de qué dirán o qué pensarán y de tener que esforzarme continuamente para dar la imagen “correcta”. ¿Pero cuál es la imagen correcta? ¿Correcta según quién? ¿Correcta para quién?
Fefi tiene unos 30 pero se comporta como si tuviese muchos más. Es risueña, cariñosa y sociable, tiene buen carácter y poco se le oye llorar. Tiene las ideas claras y no se hace de rogar, es inteligente y espabilada, entiende de muchas más cosas que la mayoría de gente de su edad. A Fefi le encantan las galletas de chocolate y las aceitunas, le gusta el zumo y el agua sólo la bebe fría. Le asustan los carruseles y le encanta dibujar. Es simplemente encantadora y sin saberlo con su actitud y su desparpajo me ha devuelto la fe en tantas cosas que hoy me hacen amar más la vida.
Fefi sólo usa el chupón para dormir y sólo va en un carrito de bebé cuando está muy cansada. Se le entiende perfectamente todo lo que dice, baja las escaleras solita y sin agarrarse de la baranda, pide lo que quiere sin chillar, te regala mil sonrisas sin que se las pidas, te da besos y abrazos sin que tengas que suplicar y aunque nació en la sociedad 2.0, no es víctima de ella. Esto es maravilloso porque sabe divertirse en la playa jugando con un cubo y una pala, porque sabe comportarse entre adultos sin demandar atención constantemente, sabe salir a pasear sin antojarse de ningún capricho, aprecia la naturaleza y los animales, no tiene el monopolio de la tele en casa, y sabe sentarse a comer a la mesa sin necesidad de estar enchufada a ningún tipo de artilugio ni aparato eléctrico.
Históricamente la sociedad se ha inclinado siempre hacia la perspectiva de las mujeres como símbolos sexuales y por norma general, las hembras somos valoradas por nuestro cuerpo, apariencia y belleza física en vez de por nuestra inteligencia o nuestras habilidades.
En la sociedad en la que vivimos, las mujeres con buenos cuerpos ganan más dinero que aquellas con más cerebro, y precisamente esta realidad es la que hace que se eduquen a niños y jóvenes con valores invertidos que nos empujan diariamente hacia generaciones cada vez más sexuales y frívolas.
Por supuesto que muchos movimientos feministas han intentado a lo largo de los años buscar que la mujer desenvuelva un papel más equilibrado dentro de la sociedad, pero seguimos vendiendo nuestra carne y nuestras curvas, seguimos exhibiendo nuestros cuerpos y esculpiendo nuestra figura para ser más aceptadas y mejor tasadas por la humanidad.
A raíz de un interesante comentario que me dejó Mika aquí y tras leer esto hace unos días, mi entrada de hoy va sobre los niños de la Generación Z, también conocida como el iGeneration o Net Generation, nacidos entre los primeros años de la década de los noventa hasta ahora.
A diferencia de las generaciones que les preceden en las que la tendencia fue más hacia hogares en los que figuraba un ama de casa, hogares de matrimonios duraderos y hogares en los que la madre se encargaba del cuidado de los hijos, entre los rasgos más destacables de estos niños, está el hecho de que muchos han sido criados en hogares en los que la madre trabaja, muchos otros en hogares de padres divorciados, son niños que además han estado expuestos a un largo número de horas en las guarderías y no prestan tanta atención a la tele sino más bien a los móviles, el Internet y las redes sociales.
Estos “nativos digitales” me recuerdan permanentemente la brecha generacional (cada vez más amplia) que existe entre ellos y yo; son los niños del iPhone, del iPad, del iTunes, de la Wii, del iPod, del BB, del iMac, de los e-mails, del FB, del YouTube, del Twitter, del Skype, del iLecture, del Wi-Fi, de la tecnología 3G, de los laptops y de todas las demás tecnologías y formas de comunicación y acceso a la información que no existían a esa edad en nuestra época.
Hace unos días recibí el enlace al vídeo que adjunto más abajo. No podía dejar de compartirlo no sólo por lo mucho que refleja la realidad Venezolana sino también por lo que nos llama a reflexionar a todos los venezolanos.
Dudo que exista alguno de nosotros que no se sienta de algún modo afectado o identificado con lo que en él se plantea porque en el fondo; todos en algún momento de nuestras vidas hemos participado de esa viveza que nos caracteriza y que ha llevado al país a donde está.
Comparto el que la responsabilidad también es nuestra y el que tenemos un problema cultural arrecho; evidentemente se ha visto agravado por los gobernantes y políticos pero el trasfondo sigue siendo el mismo; seguimos siendo nosotros, el pueblo y nuestra mentalidad.
Hace unas semanas me enteré de uno de los episodios que por desgracia cada día se vuelve más característico del hampa venezolana: me refiero al asalto a mano armada.
Por supuesto de ésos deben registrarse cientos y miles al día en toda la capital nacional y en el territorio entero; pero estos eventos se convierten en personales cuando le toca vivirlos a nuestros conocidos o lo que es peor aún, a nuestra familia.
Viaje a la farmacia de la esquina en algún rincón de Los Palos Grandes (Caracas, Venezuela). Chico de 20 años vistiendo ropa deportiva; shorts, zapatillas y camiseta mientras trotaba sin cartera y con sólo un iPod en la mano. Tres tíos en un coche –destartalado- le abordan mientras le apuntan un arma; obligándole con ella a meterse en un callejón. Aparcan el coche y se bajan. Le piden el dinero.
Y el pasado 11 de Abril de 2008, la famosísima locutora y presentadora de televisión Gemma Nierga se estrenó en la animación del programa de debate “Ya te vale!” en la TVE-1. Es un programa -que no sabría decir si para niños por el horario al que lo echan y algunos de los temas que tocan, aunque sí que puedo decir que es de niños- en el que los más pequeños de la casa (con edades comprendidas entre los 6 y 11 años) opinan sobre algún tema de actualidad.
El programa es una adaptación de la versión original “What Kids Really Think” presentado por la BBC en la que los peques responden a preguntas y opinan sobre temas que no siempre son para niños, pero que inevitablemente les tocan por el entorno y la sociedad en que vivimos. Estoy segura de que esto ya ha debido ocasionar algunas polémicas, pero me he visto el programa cada viernes en prime time (a las 21:00 horas Canarias) y debo decir que me parece simplemente GENIAL
Cada semana eligen un tema como por ejemplo “la familia” o “la imagen y la estética” y tienen a un par o tres de artistas invitados, lo que no sólo nos permite ver otra cara de ellos (la de personas normales y corrientes cuando no se encuentran cantando, jugando fútbol, conduciendo un programa, haciendo humor, etc) sino también ver cómo responden las preguntas que los niños les hacen, muchas que quizás los adultos también quisiéramos hacerles pero no preguntamos por respeto o cortesía.
Una de las cosas que más detesto en el universo es sentirme juzgada.
Soy todo lo que me pasa 