A veces no sabemos valorar cuanto nos rodea y damos las cosas -o lo que es peor, a las personas- por hecho.
Desde siempre tuve claro que La Sangre, y sobre todo la versión femenina de ella, no aprobaba –completamente- mi relación con El Náufrago. Peleas fueron y vinieron aunque evité la mayoría de ellas en la medida en que encerraba mi relación con él en una “burbuja de cristal” y la alejaba del alcance de ésas personas que si bien desean lo mejor para mí, no estaban de acuerdo con mi decisión de estar a su lado.
Paulatinamente comencé a alejarme de La Sangre y las tradiciones familiares empezaron a perderse un poco por su culpa y otro por la mía; pero el crecimiento es tan sólo una parte ineludible de la vida. Reconozco que a veces me enfadaba que no se les viese el detalle o la iniciativa de invitar a mi novio a comer a casa; después de todo yo en su lugar creo que intentaría tener al susodicho cerca. Si tan malo les parecía, ¿qué mejor que aventurarse a conocerlo? Pero eso no sucedió.
Como siempre he sido juiciosa, es natural entender que con esto de la emancipación cuantos me rodean se piensen (lógicamente) que soy una perfecta ama de casa. Yo misma siempre pensé que lo sería, especialmente porque viviendo con mis papás nunca me gustó que a veces en casa las cosas estuviesen desordenadas, mal ubicadas, sucias, estropeadas o descuidadas.
Tampoco soy una obsesa de la higiene porque admitir que me gusta limpiar sería una enorme falacia; en líneas generales me fastidian las labores del hogar; pero reconozco que me gusta el orden y que además para mí es muy importante sentirme a gusto en casa; y la única forma de conseguir eso en donde uno vive es manteniendo el hogar razonablemente cuidado, así que toca intentarlo.
Juro que hago lo posible porque sea así y dentro de todo creo que no lo estamos haciendo tan mal, pero a veces por el trabajo no puedo tener el almuerzo hecho a tiempo ni ayudar a mi pareja a limpiar la casa; no en vano he estado bastante desconectada de este mundo en días recientes; hay días en los que ni siquiera alcanzo a hacer la cama y hay otros en los que sencillamente no logro salir de ella a tiempo.
El traslado significó una oportunidad para comenzar de nuevo en una página en blanco y escribir una historia con nuestros propios matices. Aunque el piso estaba amoblado había algunos rincones que aún debíamos aprovisionar, así que nos fuimos de compras como quien no tiene límite de fondos y literalmente tiramos la casa por la ventana.
Días antes habíamos estado pillando ofertas en los prospectos informativos que venían en los periódicos o que amablemente algunos repartidores dejaban a la entrada del edificio. Llenamos los anaqueles con más artefactos eléctricos, electrodomésticos y utensilios de los que necesitamos (en el sentido literal de la palabra) y de los que seguramente alguna vez llegaremos a utilizar, pero no pudimos resistir las ofertas.
Siempre me han gustado las ilusiones ópticas así que hoy comparto una con la que me crucé hace bastante tiempo. Sólo para recordar cómo el cerebro es una cosa seria y cómo esto demuestra que sólo vemos aquello que ya nuestro cerebro conoce.
No me extraña que existan otras dimensiones de las cuales no somos conscientes!
Siempre he creído que lo único que nos falta para ser la encarnación de los propios Simpsons es el Ayudante de Santa Claus.
En estos días me levanté queriendo matar a Bart cuando se le ocurrió pegarse a tocar el timbre ese día sobre las 9 de la mañana. A esa hora todos estaban durmiendo (es lo que tiene ser parte de un hogar disfuncional en el que casi todos están retirados o desempleados) y la única que escuchó el timbre fui yo.
Me salí de la cama como pude puesto que la insistencia de Bart hizo evidente que no tenía ningunas intenciones de marcharse hasta que alguien le atendiera. Confirmé por el intercomunicador que era él y luego le abrí la puerta de afuera. Dejé la puerta de casa entreabierta y volví a escalar hasta mi cama.
A veces no sabemos valorar cuanto nos rodea y damos las cosas -o lo que es peor, a las personas- por hecho.
Soy todo lo que me pasa 