A veces no sabemos valorar cuanto nos rodea y damos las cosas -o lo que es peor, a las personas- por hecho.
Desde siempre tuve claro que La Sangre, y sobre todo la versión femenina de ella, no aprobaba –completamente- mi relación con El Náufrago. Peleas fueron y vinieron aunque evité la mayoría de ellas en la medida en que encerraba mi relación con él en una “burbuja de cristal” y la alejaba del alcance de ésas personas que si bien desean lo mejor para mí, no estaban de acuerdo con mi decisión de estar a su lado.
Paulatinamente comencé a alejarme de La Sangre y las tradiciones familiares empezaron a perderse un poco por su culpa y otro por la mía; pero el crecimiento es tan sólo una parte ineludible de la vida. Reconozco que a veces me enfadaba que no se les viese el detalle o la iniciativa de invitar a mi novio a comer a casa; después de todo yo en su lugar creo que intentaría tener al susodicho cerca. Si tan malo les parecía, ¿qué mejor que aventurarse a conocerlo? Pero eso no sucedió.
Una de las cosas que uno aprende cuando trabaja en un aeropuerto, es que cada uno tiene que cargar su propia maleta. Si cada empleado que factura a los miles de viajeros que transitan los aeropuertos diariamente tuviese que ayudarles a cargar sus maletas; entonces habría mucha gente con la espalda lesionada porque no hay que ser una lumbrera para sacar la cuenta del esfuerzo físico al que unos pocos tendrían que verse sometidos, si ese fuera el caso, día tras día.
Así pues, creo que cada persona debe también llevar su propia maleta en la vida. No sería justo que los que viajan más ligeros deban cargar con los excesos de aquellos que van más saturados, ni que quienes viajan llenos de mierda le echen su carga encima a los demás. Es una simple analogía que hoy utilizo para intentar expresar una idea sobre cómo los seres humanos crecemos llenándonos de expectativas e ideas sobre lo que es la vida y cómo debe ser vivida, sobre la felicidad y tantas cosas sobre las que en realidad no tenemos ni la más mínima idea.
En muchas culturas del mundo nos han criado para ver las relaciones con superficialidad y para creer que somos seres incompletos, tesoros esperando ser descubiertos y diamantes en bruto listos para ser lucidos en el dedo de alguien famoso. No nos enseñan que somos seres perfectos y que no necesitamos que vengan otros seres a completar nuestras vidas (que no es lo mismo que complementarlas), a llenar nuestros espacios vacíos y nuestras carencias (que no es lo mismo que aportar algo a nuestras vidas), a sacarnos de abajo, a salvar nuestras almas y a solucionar nuestros problemas dándonos toda la felicidad que siempre hemos anhelado. Read the rest of this entry »
Ayer estábamos discutiendo en clases los diferentes tipos de núcleos familiares y la profesora asignó a cada alumno elegir un modelo familiar y escribir sus causas, consecuencias, ventajas y desventajas.
Los núcleos familiares eran más de los que yo pensaba, habían desde las familias tradicionales hasta las familias con hombres que se dedican a ser amos de casa, pero lo que me llamó poderosamente la atención fue la “coincidencia” de que todos los grupos familiares que eligieron los hombres: solteros, relaciones de fin de semana y familias con ingreso doble; mencionaron entre las desventajas la falta de sexo o falta de tiempo para el sexo o falta de compañera de sexo estable.
Por supuesto que esa “coincidencia” no debería sorprenderme porque desde tiempos inmemorables es bien sabido que el 90% del cerebro del hombre está ocupado con pensamientos de sexo y el otro 10% con pensamientos de cerveza o cosas por el estilo; pero no pude evitar asombrarme de lo impresionante que es que incluso en esos ejercicios estúpidos de clase uno pueda ver la diferencia tan marcada que existe entre la forma de pensar que tienen los hombres y la de las mujeres.
A mí nunca se me hubiese ocurrido poner el sexo como una desventaja; en todo caso hubiese puesto la falta de tiempo en general, tanto para sexo como para otras actividades que es difícil hacer, por ejemplo, cuando ambos padres trabajan y atienden a los niños.
Aunque no he tenido demasiado tiempo para escribir últimamente, esta semana me he puesto al día con todos los blogs que sigo habitualmente. Tenía más de 300 posts acumulados, muchos los marqué como leídos sin haberlos leído realmente pero a muchos otros sí les dediqué el tiempo que se merecían.
Evidentemente es muy difícil leer 322 posts de un tirón o en unas pocas horas durante unos días en los que el tiempo apremia, así que leí los que más me interesaron y entre otras cosas descubrí que Maiskell está ahora haciendo un programa de radio que además tuve la oportunidad de escuchar ayer (a veces lo de vivir en zonas horarias distintas es una gran ventaja) y justo ayer tocaban el tema del amor y los enamoramientos y una frase que escuché allí me inspiró, de cierto modo a volver a escribir.
Decían algo así como que “uno empieza a amar cuando deja de estar enamorado” y esa frase me llamó poderosamente la atención porque desde hace más meses de los que puedo recordar, tengo un conflicto interno porque mantengo una relación sentimental y convivo con un hombre que dice no estar enamorado de mí y al que, por lo que veo, nunca le va a entrar la vena amorosa conmigo.
Hace unos días salí del pueblo aunque no por los motivos que me gustaría. Una de las empresas para las que trabajo me envió a la isla de la provincia hermana a cubrir a un compañero que estaba de vacaciones y se trataba de ir y venir el mismo día así que no tuve tiempo de conocer el lugar ni mucho menos y además tuve que agarrar 3 aviones en un lapso de 8 horas (cosa que me dejó por demás agotada como habrán podido leer en mi post del lunes) y esto me permitió observar un poco a los viajeros y su comportamiento.
En concreto hoy quería escribir sobre cómo no está fácil tener un hijo en esta época y en esta sociedad de hoy en día; especialmente si es un niño con algún tipo de discapacidad o deficiencia, que hace que se complique aún más el asunto. Durante mi ida a Lanzarote el avión iba casi vacío, así que me senté junto a una ventanilla en la fila 13, justo detrás del ala del avión y frente a mí iba un señor de unos 40 años de edad con una niña que como mucho tendría unos 5 años y padecía alguna discapacidad.
No suelo conmemorar a mis familiares con posts durante sus cumpleaños, pero hoy necesitaba escribir unas palabras dedicas al ser de luz que me trajo al mundo quien en un día como hoy apenas alcanza una edad adolescente porque, según ella, el orden de los factores no altera el producto.
Quien la ha visto y quien la ve! (note to self: tengo dudas sobre si esos “quién” llevan o no acento; ¿significará algo que el Word me resalte uno de ellos en azul? Sólo por hoy, ¡que viva la nueva ortografía de la RAE!)
Mi madre gritando su edad a los cuatro vientos frente a mi novio y sin reparo alguno. Es algo bastante divertido que aún me sorprende cuando hasta hace apenas unos meses atrás -y seguramente de aquí en adelante- se quitaba edad e incluso sigue diciéndonos -a nosotros sus hijos que sabemos perfectamente lo que hay- que ella es menor que mi padre. ¡Como si fuésemos a creernos a estas alturas ese cuento chino!
Todos sabemos lo que sabemos, pero no tiene el mismo efecto que: a.) Todos lo sepamos y que nadie diga una palabra mientras actuamos como que nos lo creemos, a que: b.) Todos lo sepamos y se comente abiertamente. Supongo que le hace sentir más vieja y también pone en riesgo el “qué dirán”. Sí, ese que ha estado manteniendo “correctamente” durante toda su vida.
El otro día estuve pensando en lo mucho que uno va cambiando a medida que el tiempo pasa y en cómo cosas que pensamos que nunca haríamos, opiniones que creímos que en la vida compartiríamos e incluso costumbres que –¡antes muertos!- jurábamos que jamás adaptaríamos se terminan convirtiendo en cosas tan propias como lo son nuestros genes.
Recientemente me topé con una carta publicada en una revista en la que una mujer pedía ayuda a un terapeuta después de contar su historia sobre lo mucho que le desagradaba en su relación actual el encontrar constantemente cosas de la ex en el apartamento de su novio. La mujer no llevaba bien aquello y acudió al psicólogo desesperada. Éste le confesó que no podía decirle lo que a ella le gustaría escuchar pero que tenía al menos una buena noticia.
Hay quien dice que el “odio” es una palabra de la que se ha abusado, pero también se podría decir lo mismo del “amor”. La gente la usa demasiado, como si no fuese nada más que un sustantivo y un verbo qué pronunciar (click aquí). Es cierto que siempre he defendido la importancia de hablar sobre “amar” en lugar de “querer” por aquello de que uno no quiere a las personas como si fuesen objetos y por aquello de que muchos otros idiomas han probado que basta un mismo verbo para expresar los conceptos de cariño y amor (en vez de 2 distintos como en Español) pero como el Español es como es, no puedo basarme en otros idiomas.
He decidido irme a vivir con un hombre que no me ha dicho nunca “te amo” y la pregunta ineludible que cualquiera podría hacer es “¿cómo sabes que de verdad te quiere?” (entre muchas interrogantes como ¿estás segura? o ¿estás loca?) Pero el amor es demasiado subjetivo y eso ya lo he escrito antes;amar es darle a alguien el poder de destruirte pero también la confianza suficiente para que no lo haga; sin embargo es imposible encontrar a un hombre que no nos haga daño, por lo que más bien me he propuesto estar con uno que al menos haga que el dolor merezca la pena.
Nunca he visto la serie Glee pero en estos días recomendaron este video y me pareció especial para compartir en una época en la que todo parece estar revuelto.
Va por todas aquellas personas que sueñan con un mundo mejor, por las que intentamos ser el cambio que queremos para el mundo, por las minorías, los discapacitados, los pobres, los enfermos, por los desempleados y simplemente por todos los seres humanos.
Y recuerden que “pain is inevitable, suffering is optional.” (El dolor es inevitable, el sufrimiento opcional.)
La idea de lanzarme a la aventura de iniciar mi propia vida no era nueva, así como tampoco lo era mi aspiración a materializar la convivencia con mi pareja en algo más que visitas y llamadas diarias. Supe que estaba dispuesta a vivir bajo el mismo techo que él -entre millones de otras cosas- cada vez que daba la media noche y con las dos agujas del reloj apuntando al 12 llegaba mi hora de volver a casa. Nunca quería volver. Siempre quería quedarme a su lado y poder bailar a mi propio ritmo.
Durante el primer año de noviazgo me preguntó en varias ocasiones cuándo me iría a vivir junto a él, pero después de un tiempo cesaron las interrogantes. Algo había cambiado en su vida y dado que estaba a punto de perder su vivienda, consideró que no era el momento oportuno para iniciar una vida en pareja, por lo que continuamos la relación sin volver a pensar en la posibilidad de formar nuestro propio hogar hasta este momento.
Lo habíamos conversado un par de veces pero un tanto a la ligera. Yo no estaba dispuesta a tomar una decisión precipitada o a dar un paso en falso sólo por una necesidad económica o un interés mutuo más allá del deseo genuino de compartir una vida juntos.
A veces no sabemos valorar cuanto nos rodea y damos las cosas -o lo que es peor, a las personas- por hecho.
Soy todo lo que me pasa 